El equipo de ‘La Revuelta’, en la presentación de temporada de TVE – GTRES
En plena era digital, con las redes sociales en plena ebullición, la vetusta caja tonta se cuela en los hogares de las familias y consigue congregar a grupos poblacionales de diversa condición ante el principal canal público estatal. Quienes hayan seguido la trayectoría del presentador jienense saben que el origen de este fenómeno televisivo se remonta, años ha, a un programa radiofónico, La vida moderna, cuyo estilo abiertamente desenfadado, gamberro, rompedor y salvaje, influiría a sus sucesores. En La Vida Moderna (LVM en adelante), 3 pilares tan heterogéneos como Ignatius Farray, Hector de Miguel y David Broncano, conseguían una comunión mágica. Por un lado el primero, canario de nacimiento, evocaba, a la par, genialidad y locura. Quienes le conocen le describen como un bendito de triste figura fuera de los focos y como un torbellino de ideas bajo los mismos. Erudito en la divagación, despistado y estudioso del humor, siempre jugaba en los límites que le gustaba vislumbrar. En sus hojas arrugadas y en sus cuadernos desgastados garabateaba las ideas que luego quizás materializaría. Es probable que los momentos más turbios y grises del programa fueran protagonizados por él pero, sin duda, también los más brillantes. Que su nombre artístico haga referencia al protagonista de La Conjura de los Necios es más que una simple coincidencia. La vida de Ignacio Alemany (su nombre real) simpre ha virado entre la brillantez y la tragedia, como le pasó al propio J. K. Toole que nos dejó una joya literaria antes de su suicidio. Nacho es un prisma de muchas caras: es ese idealista de aspecto desaliñado, aquel niño miope que sufrió acoso, también un padre separado, una persona depresiva y altamente empática, un adicto a la pornografía y al alcohol y aquel amigo al que sabes que tienes que cuidar porque su valor es tan grande como su fragilidad. Frente a este Quijote de nuestro tiempo, otro titánico colaborador prestaba el contrapunto necesario de realismo, sarcasmo e ironía. El salmantino Hector de Miguel, otrora llamado artísticamente Quequé, afilaba sus cuchillos brillantemente contra el esnobismo, la estulticia política y la imbecilidad de la España cañí de charanga y pandereta, cerrado y sacristía. Siendo abiertamente de izquierdas, republicano, inteligente y mordaz, fue blanco tanto en LVM como en otros de sus programas como Hora Veintipico (con un gran peso político al estilo de El Intermedio de El Gran Wyoming), de grupos fanáticos religiosos y conservadores. Para cerrar el triunvirato, Broncano. Podría parecer que, al lado de estos 2 gigantes, David pudiera estar ensombrecido, pero fue realmente él el pegamento capaz de servir de nexo entre el bendito sindiós que generaron Nacho y Héctor y las generaciones más jovenes. Broncano tiene la capacidad, innata o adquirida, para conectar con personas de la más diversa índole: intuye cómo actuar en cada momento, forzando la maquinaria en unos casos y reculando cuando es necesario. Es inquieto, inteligente, espontáneo y curioso pero con los pies en la tierra. Muestra inteligencia social a cada momento, tanto con sus colaboradores y amigos, como con el público. Es esa cintura, junto con su innegable humor y agilidad mental, la que le hace el elemento más versátil. Siendo el puente entre la locura mágica de Ignatius y el sarcasmo afilado de Héctor, no es de extrañar que fuese, a la postre, quien más triunfaría tras el final de LVM, primeramente con el formato de entrevistas de La Resistencia en Movistar y en su posterior etapa con La Revuelta en La 1 de TVE. David durante estos años se ha empapado de las bondades de cada una de las personas con las que ha trabajado y también ha sido capaz de imbrincar su estilo propio, desenfadado como un niño de Orcera pero consciente del éxito, posiblemente para él impensable en sus inicios, que ha alcanzado. Pese a ser el presentador de moda y un verdadero referente televisivo, es palpable que su entorno ha sido capaz de mantenerle con los pies en el suelo. Ojalá que así siga siendo. Es su inefable habilidad de mantener el balance de locura, frisando el absoluto caos del loco de las coles, y de cordura ácida reminiscente de Quequé, lo que resulta admirable. Todo ello sin menoscabar el aliño con las gotas de su personalidad, manejando la mezcla con una habilidad admirable, algo que puede que a algunos se les pase desapercibido por la fanfarria. Pero es que es eso precisamente lo que lo hace más llamativo, que un programa que pudiera parecer resultado de un suma caótica de elementos, sea en realidad un máquina perfectamente engrasada, estructurada y adaptable. La Revuelta es un ente maleable aunque tenga unos mimbres sólidos y es esa capacidad camaleónica la que le imprimen un nutrido grupo de profesionales con Broncano como almirante. Sé que muchos que vivimos LVM, aún añoramos la vuelta del triunvirato, el gozar de un último baile. Pero, sinceramente, los tiempos no son los mismos y el peligro de ahogarnos en el pasado, sin vivir el presente, es real. Así pues, creo que es lícito recordar esa etapa como un periodo maravilloso, pero no limitante. Siempre vivirá algo de LVM en cada uno de sus miembros y siempre brillará su influencia en aquellos programas sucesores. Así fue en la Resistencia y así es en La Revuelta. Además, estos programas nos han descubierto un grupo de personas excepcionales. ¿O es que acaso Grison no es el último reducto de la más gamberra irreverencia, agilísimo siempre y versátil en todo apartado musical? Pocas veces un colaborador ha ganado semejante importancia: generando sonido ambiente, improvisando con beatbox o con la guitarra y, a la vez, soltando los más mordaces comentarios en el momento preciso. Creo que la amalgama de la naturalidad de chaval de barrio y su punch innato le convierten en una joya televisiva. Ricardo Castella actúa como el balance necesario, antiguo conocedor del mundo de la comedia, hierático en su humor e inteligente director de escena. Cuenta a su vez esta panoplia de profesionales con Jorge Ponce, quizás el miembro que más recuerda a las desvergonzadas entrevistas a pie de calle de Caiga Quien Caiga (CQC). Sus secciones ponen a la sociedad actual frente a los espejos de Luces de Bohemia haciéndonos conscientes del esperpento de una civilización engrilletada por las redes sociales. Cuenta además el programa con un nutrido grupo de colaboradores y animadores que aportan frescura y diversidad: Lala Chus, Sergio Bezos, Yunez Chaib, Pablo Ibarburu, etc. La Revuelta no se erige como un programa canónico: ni pretende ser un modelo a seguir ni impartir cátedra. Tiene contradicciones, y muchas, pero no las niega. Es un programa hecho por profesionales que no esconden que son personas con sus luces y sombras, con sus pulsiones, sus virtudes y sus miserias. En un mismo programa son capaces de hacer una crítica mordaz al inflado universo de los influencers y acto seguido traer una invitada influencer. Pueden criticar el mundo del reggeaton y, posteriormente, entrevistar a una figura mundial de ese ámbito. Son capaces de reirse de ellos mismos, de combatir el humor con humor y de ser terrenales en sus vidas afortunadas. Sin olvidar que son un programa de comedia, también hacen una labor esencial: divulgar la importancia capital de la ciencia e invitar a personas, que si bien no son artistas de fama mundial, desarrollan una labor inconmesurable. En una época en la que la estulticia de los negacionistas y conspiranoicos es amplificada en redes y sus paranoias llegan a parasitar gobiernos, dar voz a personas cabales y difusión a científicos, investigadores, cirujanos, etc; es clave. No es baladí que un programa de máxima audiencia lea el artículo de la constitución que expresa el derecho a la vivienda, que visibilice el machismo y el racismo, que hable sin tapujos de los problemas mentales, que combatan con humor la politización de su sector… A la vista de esta mezcla explosiva, son muchos los poderes privados y sectores de la población más carpetovetónica, que intentan torpedear su trabajo. Los motivos son variados y muchos ya se han comentado:
- Son un grupo de profesionales excelentes con unas características y un bagaje únicos capaces de conectar con muchísimas personas de diferente ámbito poblacional.
- No esconden sus contradicciones, no pretenden ser perfectos.
- Son altavoz de diferentes problemas sociales, de la ciencia, del arte y de la cultura.
- No temen traer invitados menos mediáticos pero no, por ello, menos interesantes. Son conscientes de que tienen la capacidad y la cintura necesaria para que sea un formato atractivo.
- Derivado del punto anterior, no infantilizan a la población. Confían en que aprecien su labor. No necesitan invitados estrella para captar audiencias. Es al fin y al cabo, seguridad y madurez para el espectáculo.
- Tienen la valentía para denunciar públicamente aquello que ya veladamente se sabía que acontecía en el terreno audiovisual: las malas praxis, los malos profesionales y los bulos.
- Son capaces de combatir con humor la politización de numerosos sectores.
Dicho todo lo anterior, no es sorpresa que un programa con alma y carisma como la Revuelta, haya desbancado a un producto prefabricado y plano como es el Hormiguero. Es tal la diferencia de nivel entre ambos formatos que casi es irrisoria la comparación. En primer lugar, su conductor, Pablo Motos, es una persona cuyo comportamiento denota endiosamiento y mediocridad. Desde un punto de vista del espectáculo, no aporta nada a la conducción de las entrevistas salvo gracietas caducas y ajadas y planicie argumental. Para tratar de soslayar esta falta de aptitudes, llena su programa con un derroche de medios nunca visto. Aún así, y a sabiendas de que la más profunda nada palpita fuertemente detrás de toda esa fanfarria, trata de llenar el abismo con invitados de fama mundial, a los que, como ya se vio con Jorge Martín, atrapa con artes que bien podrían atribuirse a Vito Corleone. Y es que tras el Hormiguero se vislumbran comportamientos tóxicos evidentes: la tiranía del presentador, cierta evasión de la realidad, adormeciento de conciencias, la lucha del poder por el poder (y no sólo de audiencias), la manipulación y el sesgo político. Fue ridículo ver cómo de forma implícita Pablo asumió las presiones para evitar la emisión de la entrevista en La Revuelta, argumentando que esto siempre se había hecho así, que no se salía de la forma tradicional de actuar. Incluso sabiendo cómo es dicho personaje, sorprende ver que él mismo se echase piedras contra su cabeza, pues tiene tan interiorizado este modus operandi, a todas luces un ejercicio de matonismo, que es incapaz de ver la absoluta falta de respeto al trabajo ajeno. Pero más allá de eso se esconde una guerra ideológica. La Revuelta pone a Pablo Motos frente a su propio espejo y no le gusta lo que ve, de manera literal como figurada. Su propio cuerpo es fiel reflejo de su alma. Pese a su trabajada musculatura nunca podrá dejar de ser feo de cojones. Le encantaría ser un Brad Pitt, lo quiere pero no puede, lo desea, pero la realidad, tozuda, le devuelve a su frustración. Broncano tampoco es un modelo, pero la diferencia es que, aceptándose con sus virtudes y defectos, no finge ser lo que no es. De forma similar ocurre con el Hormiguero. Es un producto mediocre incapaz de transmitir la viveza, frescura e inteligencia del programa de Broncano. Motos se engaña y quiere ser engañado para vivir en la dulce irrealidad, se nota que le gusta que le adulen y hay momentos que lleva eso al paroxismo. Creo que no hay nadie que fuese incapaz de sentir vergüenza ajena al ver cómo el presentador se vanagloriaba de ser, por muy poco, el programa más visto de su franja, todo ello teniendo a Hugh Grant al lado (esperemos que no secuestrado) y tras competir contra un documental de animales, producto de sus innobles presiones contra su competidor. Es tal su enajenación y su culto a sí mismo que le valen estas pírricas victorias. Probablemente deberíamos sentir cierta pena, pues en el fondo, pese a su innegable ascensión y su abultada fortuna, descansa una persona altamente acomplejada que bajo el baño de años de poder y éxito sin una competencia renombrable, ha hecho crecer un tiranito de cartón piedra, admirado por nadie y denostado por sus antiguos colaboradores y personas cercanas que bien saben cómo es, aunque se intuya por sus actos. Quien haya tenido el estómago de ver entero alguno de sus programas, habrá notado que sus directrices bien parecieran dirigidas a imbéciles. Incluso sus secciones de ciencia, lo más salvable, recuerdan más a los juegos de niños y adolescentes de Quimicefa. Da por hecho que su audiencia necesita pirotécnia para ser fidelizada. Una entrevista como la que realizó Broncano a los investigadores de los obeliscos genéticos descubiertos en la microbiota del tracto gastrointestinal, sería impensable en el Hormiguero pues se necesitan grandes dosis de talento y seguridad para conjugar humor y la visibilización de la importancia de la ciencia con mayúsculas y, a la vez, dar voz a personas que no son famosas. La sima de este pantano se produce cuando configuran lo que ellos llaman tertulias de actualidad. El patrón siempre es el mismo: una mesa llena de pazguatos y papanatas opinando de lo que ignoran e intentando denostar todo lo que conlleve avance. No en vano siguen de forma cristalina los principios de la propaganda: simplificar el mensaje para que llegue a más gente, apuntar como enemigo único a los gobiernos progresistas, politizar el formato acusando de esa politización a los demás, repetir el proceso de adoctrinamiento de manera mecánica y llamar a los instintos bajos de la gente, apelando al miedo o una patria que, para ellos, es realmente el dinero. Juan del Val y Tamara Falcó sirvan de ejemplo de lo que se sirve en esas tertulias. El primero, un advenedizo cuyo mayor logro es estar a la falda de su mujer, es el ejemplo perfecto de una persona perpetuada en la cima del monte de la ignorancia en un esquema Dunning-Kruger: su altísimo nivel de confianza es inversamente proporcional a su nivel de conocimientos. La segunda, el prototipo de lo naíf, de la apariencia, de la posición social heredada y de perpetuidad de la mal llamada aristócracia. Su mensaje infantilizado tras un voz impostada esconde el mismo mal de siempre: desigualdades, riquezas de unas pocas familias y poder. Todo ello bajo un halo de religiosidad que hacen aún más siniestro y fanático el mensaje. Viendo este desolador panorama, está claro el porqué la franja de mayor seguimiento del mismo son niños pequeños (a los que sorprende la espectacularidad de ciertas pruebas) o gente mayor (de 75 años en adelante) con patrones muy marcados. Entre medias, el grupo de jóvenes y de mediana edad, los perfiles más solicitados por ser los más comerciales, caen de parte mayoritaria de La Revuelta. Estas generalizaciones, siempre sujetas a errores y excepciones, por supuesto, sí que sirven para marcar una pauta: la gente con mayor grado de espíritu crítico, información y estudios, prefiere de forma sistemática el programa de David. No es casualidad puesto que el visionado del programa de las hormigas es capaz de derretir las meninges al más pintado. Pero más allá de estas puntualizaciones, carentes de mayor valor, lo que sí es relevante es que La Revuelta visibiliza aquello que muchos denostan: avances en derechos, aperturismo, inversión en ciencia, feminismo, medicina universal, educación pública, etc. De ahí que choque con la España vetusta: la de las tradiciones, la del olor a naftalina, la de la mantilla y la del nacionalcatolicismo. También colisiona con aquella España que se ha quedado desfasada en los nuevos tiempos y añoran la vuelta a un antaño conocido y no a un hogaño hostil. Es explicable que El Hormiguero y su tertulia sean terreno bondadoso para ellos, pues oyen lo que quieren oir. En este contexto, La Revuelta ejerce de elemento disruptivo no sólo para parte de la industria audiovisual privada sino también para ciertos sectores conservadores de la población. En conclusión, es este quizás el enésimo episodio (y, probablemente, el más televisivo) de la eterna lucha de las 2 Españas y, como bien apuntó el gran poeta sevillano, aún sigue en pie, más vigente que nunca, que una de ellas ha de helarte el corazón.
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